lunes, 31 de marzo de 2014

Romances de Arenas

Diario de Ávila
19 de febrero de 1948

¡Ya sé que te elevaron al rango de ciudad! ¡Hace muchos tiempos que lo merecías! Pues eres la vestal que has mantenido fiel el encendido fuego de tu escudo. Por tu humildad se elevaron, siglos atrás, los más linajudos castillos de preclaros varones castellanos; por tu caridad inmarscesible llevaste a tu regazo los más osados y atrevidos cortesanos; y por tu perfume de ámbar y mirra afluyeron a tí las más hermosas y honestas doncellas tan asediadas en los suntuosos palacios de Aragón y de Castilla. Hasta tí llegaron los más celebrados y temidos monarcas, y los más insignes políticos que tanta gloria dieron a España.
La Alta Providencia quiso colocarte en el sitio más venturoso y de mayor peligro para impedir el salto del intrépido Almanzor, y te regaló, como Ceres regalara a la tierra, con los más exquisitos y sabrosos frutos sazonados de hermosos donaires y castísimas gracias.
Tus frutales y bancales de hortaliza salpicadas por el azahar de tus naranjos te ofrecen el más maravilloso vestido para cubrir la espléndida esbeltez de tu inusitado paisaje.
Ya sé que eres Ciudad, ya lo sé, y por eso no has dejado de ser humilde.
Todavía suena en mis oídos la dulce expresión tu lenguaje; llevo grabados en mi memoria el altivo y arrogante castillo de piedras seculares, del favorito de la corte de Juan II, don Álvaro de Luna;
el palacio; la Cruz del Mentidero y la Cruz Verde, tus fontanas de cristalinas aguas: La Castellana y la de Las Monjas, tu puente romano de medio punto llorando por sus ojos torrestes de lágrimas de la afligida Gredos, veo, su fin, con los ojos del deseo el Santuario de la Santísima Virgen de Lourdes, por el que tantas veces pasé, y escondido entre exuberante vegetación de corpulentos árboles y bien nutrido y espejo follaje, como escpando del ruido del mundo, el Monasterio de San Pedro de Alcántara, el amantísimo maestro de Teresa de Jesús. ¡Cuántas veces he seguido, observando las huellas que dejara el santo, el camino de este Monasterio, y cuántas veces he sentido el placer del silencio de este sagrado lugar!
¡Tú, ciudad bendita de Arenas que lloraste la tristeza de la Condesa, que sentiste hundir en tus carnes las garras del coloso francés cuando la Independencia, y sufriste con heróica abnegación los escarnios de la última Cruzada, sí que has merecido el título de Ciudad, de noble Ciudad, porque los has ganado con tus propios merecimientos.
Tus fueron te concedieron el derecho de apartarte de la cálida Andalucía y de la agostada tierra toledana para acercarte más a Castilla, y así tienes alma de Quijote como la tienen los viejos castellanos de las cinco villas que te guardan.
¡Ya sé que eres Ciudad, Ciudad una y muchas veces bendita!

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