lunes, 31 de marzo de 2014

Para mi madre

Diario "Jaén"
7 de diciembre de 1954

La lengua cárdena de una campana, sin duda, anunciaba lo avanzado de la noche... Sobre la mesa quedaba el libro abierto, cuando don Álvaro de Bembibre se disponía a escalar el Convento... Mis párpados iban cayendo lentamente y, sin quererlo, quedéme profundamente dormido en un dulce sueño. Jamás me hubo ocurrido.
Tuve el más agradable de los ensueños: vime transportado a una casita de alegres ventanales, callada, de olor sabroso de perniles. En una jaula de caprichosas cristalerías movía bullanguero y cantarín un canario de oro, que se columpiaba haciéndome guiños con sus topacios picarecos... Era yo pequeño, tan pequeño que apenas sin [sic] contaba cuatro años. Unos brazos solícitos me sujetaban, unas manos finas, de terciopelo, resbalábanse, una y mil veces sobre mi reclinada cabeza de sedoso y dorado cabello. De ven en vez sentía la fragancia de unos labios maternales descansando con inmaculado amor, en mi frente, en mis mejillas, en mis manos... Y al arrullo de una inolvidable, tierna y delicada canción, íbame quedando dormido en el regazo de aquella mujer, sufrida y hermosa, mártir y bella, que al conjuro de una sonrisa abría horizontes de esperanzas...
¡Era mi madre, mi madre hermosa, mi madre bendita, mi madre santa...! En seguida la reconocí... Y cuando quise abrazarla, cuando prometí devolverle la sonrisa, el hado fatal de la vida me volvió a la realidad... Encontréme con los fríos brazos del sillón, junto a la mesa, frente al libro abierto y humedecido... Mis ojos nublados devanecían la imagen de mi madre en una cosa borrrosa, sin color...
¿Recordáis por ventura los años de vuestra infancia...?

Romances de Arenas

Diario de Ávila
19 de febrero de 1948

¡Ya sé que te elevaron al rango de ciudad! ¡Hace muchos tiempos que lo merecías! Pues eres la vestal que has mantenido fiel el encendido fuego de tu escudo. Por tu humildad se elevaron, siglos atrás, los más linajudos castillos de preclaros varones castellanos; por tu caridad inmarscesible llevaste a tu regazo los más osados y atrevidos cortesanos; y por tu perfume de ámbar y mirra afluyeron a tí las más hermosas y honestas doncellas tan asediadas en los suntuosos palacios de Aragón y de Castilla. Hasta tí llegaron los más celebrados y temidos monarcas, y los más insignes políticos que tanta gloria dieron a España.
La Alta Providencia quiso colocarte en el sitio más venturoso y de mayor peligro para impedir el salto del intrépido Almanzor, y te regaló, como Ceres regalara a la tierra, con los más exquisitos y sabrosos frutos sazonados de hermosos donaires y castísimas gracias.
Tus frutales y bancales de hortaliza salpicadas por el azahar de tus naranjos te ofrecen el más maravilloso vestido para cubrir la espléndida esbeltez de tu inusitado paisaje.
Ya sé que eres Ciudad, ya lo sé, y por eso no has dejado de ser humilde.
Todavía suena en mis oídos la dulce expresión tu lenguaje; llevo grabados en mi memoria el altivo y arrogante castillo de piedras seculares, del favorito de la corte de Juan II, don Álvaro de Luna;